UNA DISCUSIÓN POR UNA LINDE A PUNTO DE PROVOCAR UNA DESGRACIA

(De nuestro corresponsal en la España Profunda)

La ancestral rivalidad que presidía la relación entre los Tolordos y los Majaos, familias ambas de rancio abolengo entre los residente de Tomelloso de Arrancalacepa, se habían enquistado tiempo atrás desde que, años ha, uno de los Tolordos anduvo rondando a una de las mozas de los Majaos. Al parecer, una serie de desavenencias —según cuentan, a ella le hedían los sobacos cosa mala— hizo que los muchachos terminaran por dejarlo correr. Venancio, el mayor de los Majaos, acusó a Lucrecio el Tolordo de «haber querío reílse de su hermana y mancillar su honra». A partir de entonces, las relaciones entre ambas familias se tornaron tensas, cruzándose entre ellos una serie de duras acusaciones ante el estupor general del resto del pueblo. Que si el abuelo de los Tolordos «era un gumias y un ansias al que habían echado del asilo por comer con dos cucharas», que si los Majaos «iban de señoritingos y por no tener, no tenían ni mierda en las tripas», que si «los Tolordos tienen envidia de nosotros porque, en tiempo, nuestra familia tuvo tierras y negros» a lo que estos, con mucha rechifla, solían responder «Sí, sí… tierras y negros… tierras en las albarcas y negros los huevos de no lavarse». Total, que la crispación estaba servida y tan sólo se necesitaba una chispa que encendiese el polvorín. Y a veces parece que el Diablo pone las cosas para que pasen.

Para su desgracia, los Tolordos y los Majaos eran convecinos de tierras. A las afueras del pueblo, ambas familias era respectivas propietarias de dos huertos que lindaban entre sí. Una mañana, Venancio, el mayor de los Majaos, se llegó hasta el huerto para recoger unos pepinos cuando le pareció notar que la linde de sus tierras había sido desplazada. Aún con la duda y en aras de la tensa situación que presidía la relación con su vecino, decidió consultarlo con Norberto El Cascales, que pasaba por allí en ese momento montado en su mula. «Paeceme a mí que el mojón está algo movío, ¿no, Cascales?». El Cascales sentenció: «estálo, Venancio, estálo». Ni corto ni perezoso, el Venancio dejó allí los aperos y marchó raudo hacia la taberna del pueblo donde, a buen seguro y dadas las horas, encontraría a Lucrecio el Tolordo. Como así resultó ser.

A la pregunta de «Lucrecio, ¿tú pa que has movio el mojón?», el apelado, sin alzar la vista de la partida de Tute que estaba jugando, respondió que él no había movido nada, que la linde estaba donde siempre y que el único mojón que se había movido era el que acababa de entrar por la puerta. Preso de la ira, Venancio le espetó «posyamehecagaoentóstusmuertos» y al grito de «dejadme, dejadme que lo escaramuzo, que lo tengo muchas ganas», se fue para el Lucrecio con la faca de siete muelles en la mano. Gracias a Dios, las fuerzas vivas del pueblo anduvieron listas e intervinieron a tiempo. Si no llega a estar presente el cura y la pareja de la Guardia Civil, aquello hubiese acabao en una masacre del cagalse. Por el momento, el Venancio ha pasado a disposición cautelar en el calabozo del cuartelillo.

Seguiremos informando.

[El Venancio en plena faena. En un primer plano, su fuente de refrigeración]