Presa del frenesí de las firmas, el autor Jerónimo Tristante se firmó a sí mismo 37 veces en su propio glande.
De nuestro corresponsal sudaca,
Carlos Salem.
Los hechos, que han sido ocultados a la opinión pública sólo porque el protagonista ni es sueco ni autora femenina, tuvieron lugar el pasado sábado en el madrileño Parque del Retiro durante la penúltima jornada de una Feria del Libro presidida por la lluvia y por distintas tragedias del más diverso calado.
Según algunos testigos que prefieren permanecer en el anonimato «
por el asco que me da sólo de recordarlo», todo comenzó cuando el escritor murciano
Jerónimo Tristante, que se había desplazado hasta la capital para firmar ejemplares de su más reciente novela
El enigma de la Calle Calabria, fue víctima de un tipo estrés conocido como «
Síndrome del novelista desaforado» cuyos síntomas fueron explicados científicamente por un sanitario del SAMUR que argumentó: «
al colorado ése se le fue la pinza por la presión, aunque yo creo que ya traía el perolo jodido de casa».
Pese al silencio oficial, este cronista, inasequible al desaliento y que, además, ya estaba mojado hasta los cataplines, pudo obtener el testimonio de un testigo directo y presencial de los hechos, un joven llamado
Sergio Vera, residente en Cuenca, que, para evitar represalias, rogó que no se publicase su nombre (oooops!). Según
Vera, los hechos tuvieron lugar hacia el mediodía, cuando las condiciones climáticas se confabularon para hacer naufragar las legítimas aspiraciones de
Tristante que, en sus propias palabras, consistían en «
firmar el doble que el Pérez-Reverte, porque también he nacido en la región de Murcia y soy mucho más guapo y más alto» .
La empresa se presentaba difícil de realizar ya que, según alguna fuentes,
Pérez Reverte había firmado 35.000.000 de libros en tres horas, pero
Tristante, que es biólogo y por lo tanto no tiene ni puñetera idea de matemáticas, repetía como mantra un refrán aprendido de su amigo el novelista y filósofo
Carlos Salem: «
El burro no folla por guapo sino por insistidor» y, tras desempacar los 3.785 bolígrafos sin capuchón que había traído para la ocasión, comenzó la sesión de firma.
De acuerdo con lo que vio
Sergio Vera, el interfecto comenzó a buen ritmo y con una estrategia amplia basada en diversas tácticas, aunque el testigo no dudó en señalar una en particular: «
A muchos logró convencerlos amenazándolos con una navaja de siete muelles que le había prestado Pedro de Paz. De hecho, yo mismo tuve que comprarle 156 ejemplares, que Jerónimo firmó en sólo 22 segundos» .
Porque la clave era la velocidad con que Tristante pudiese culminar el acto. Algo en lo que, según algunos testimonios —particularmente el de su mujer— , «
tiene años de costumbre».
Otra de las tácticas del novelista fue hacerse pasar por cualquier autor por el que preguntase el cliente que se acercaba a la caseta. Si el potencial comprador inquiría al dependiente sobre el tercer tomo de la trilogía de
Stieg Larsson,
Tristante gritaba: «
¡C’est moi!», agarraba al comprador por el cuello con una mano y con la otra le dedicaba un ejemplar de
La reina que odiaba corrientes heladas con gasolina o algo por el estilo. Si el desprevenido viandante preguntaba por lo último de
Boris Izaguirre,
Jerónimo quebraba la muñeca —y a punto estaba de hacer lo mismo con la del futuro lector— mientras exclamaba: «
¡Pero qué diviiiiino!. Ven que te dedicaré mi libro ¿Sabías que Victor Ros, en realidad, la miraba con cariño?» .
Según
Sergio Vera, «
con estas tácticas agresivas iba firmando a muy buen ritmo, cuando comenzó a llover y la gente se dispersó. Lejos de dejarse ganar por la desolación, Tristante salió con un paraguas a secuestrar lectores que se guarecían bajo los toldos de otras casetas y los traía a la fuerza a la suya para mantener el ritmo de firmas».
Pero el tiempo estaba en su contra. Quince minutos antes del cierre de la Feria, la lluvia cesó y ante la caseta se formó una cola considerable, formada por seguidores de la obra de
Tristante y también de la Obra de
Escrivá de Balaguer y de otras obras ya que la gente, apresurada por comprar y marcharse, había oído el rumor de que en esa librería firmaba un autor que era todos los autores a la vez.
Cuando la megafonía comenzó a anunciar el cierre de la feria,
Tristante seguía firmando al grito de «
ni puto caso, es un truco del Reverte para ganarme», y no fueron pocos los lectores que creyeron sus palabras. Pero poco a poco la gente se fue marchando hasta que en la caseta quedaron sólo el librero —que, acostumbrado a estos menesteres de novelistas pirados, terminó por escaparse de la caseta saltando sobre los libros del mostrador— , y un
Jerónimo Tristante fuera de sí quien, tras firmar todos los ejemplares que formaban el stock de la caseta, comenzó a firmar las paredes de metal y hasta el techo de la precaria estructura. «
Cuando no le quedaba nada que firmar, y mientras repetía todo el tiempo la suma de firmas acumuladas, Tristante enloqueció, incapaz de detenerse, y se sacó la cosita».
Al grito de «
¡yo sigo dedicando por mis santos cojones!», el autor murciano consiguió dedicarse el libro 37 veces en su propio glande, —aunque, como señaló
Vera, «
tampoco hay que exagerar, coño, que escribía las iniciales y siempre en el mismo sitio, ¿eh?»—, antes de ser reducido por miembros de seguridad de la Feria e introducido no sin cierto esfuerzo en una ambulancia en la que firmó las batas de los enfermeros y la escayola de un señor que se había quebrado el brazo al tratar de llevar, en la misma mano, las dos novelas de
Mercedes Castro.
Poco a poco,
Tristante fue recobrando la cordura —parcialmente—, y tras argumentar que «
como Pérez-Reverte viene a la Feria cada 13 años, ya tendré tiempo de alcanzarlo», amenizó el viaje hasta el psiquiátrico contando al personal sanitario y al señor de la escayola en el brazo todos los detalles de la circuncisión que se practicó hace dos años al subirse, violentamente y sin precaución alguna, la cremallera del pantalón vaquero.
[El Tristante en pleno ataque de euforia firmadora]